Thursday, August 24, 2006

Cuento

Como no podía escribir, usaba las manos para otras cosas. Para remover el café (se demoraba mucho en ello, para que el azúcar quedara totalmente diluido), para pasar las páginas de los periódicos, para llevar la bolsa con el cuaderno y el bolígrafo a todas partes, de cafetería en cafetería, a la librería... Usaba las manos para, mojadas, peinarse un poco en los lavabos del centro comercial. Con una mano recogía las hojas de publicidad que le entregaban chicos y chicas en la calle, que luego no podía tirar porque, en esa ciudad, casi no había papeleras. Con las manos, en el apartamento, apagaba la luz del baño cuando estaba encendida la del comedor, o la del comedor cuando estaba encendida la del baño, para no gastar. Se lavaba las manos después de coger el autobús porque, le habían enseñado, estaba lleno de microbios. Los días festivos en que no se la hacían, ¡se hacía la cama con un esmero! Era una cama grande, no llegaba con las manos a los dos lados. Y él quería que quedase muy bien hecha para tumbarse a leer por la noche. O, si era fin de semana, por si aparecía E. Con las manos iba rompiendo y comiendo un huevo de chocolate. Sobre la mesa, pasaba las páginas del periódico ya leído, con la palma abierta sobre cada página, como acariciándola. Si no era muy tarde, marcaba un número de teléfono largo y agarraba fuerte el auricular, apretándolo contra el oído. Rara vez, pero en alguna ocasión, se masturbaba, para rebajar la tensión. Echado en la cama, cogía un libro y leía. No escribía porque no podía.

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