Friday, September 21, 2007

Da Folha para vocês 4 (Piloto genial, gênio nem tanto, de Fábio Seixas)

Este artículo no trata sólo de Fórmula 1 (ni siquiera principalmente de Fórmula 1 -que no me interesa). Trata del falso amor por el deporte (con frecuencia, forma disfrazada de nacionalismo), del verdadero amor o la pasión por el deporte (que se percibe, en general, en Brasil, donde se siguen casi todos los deportes, juegue quien juegue -hasta si juega el Espanyol), y del desagradecimiento.


Una de las varias idiosincrasias de la Fórmula 1, una de las más perceptibles en los bastidores de la categoría, son los ciclos de periodistas que frecuentan las salas de prensa.

Ingleses e italianos siempre han sido parte del paisaje, siempre lo serán. El resto fluctúa en función de los resultados.

A principios de los 90, los bancos estaban llenos de franceses y brasileños. Y no hace falta mucha perspicacia para imaginar el flujo siguiente: alemanes. Hace cuatro años, llegaron los españoles. "As", "Marca", "El País", "Tele 5", "Mundo Deportivo", todos, hoy, viajan a los Grandes Premios.

Mucho antes de esta última invasión, sin embargo, estaba José María Rubio. Periodista y fotógrafo, Rubio iba contra la marea. En un país que rendía culto al motociclismo, se empeñaba en cubrir su pasión, la F-1, y fue, durante años y años, el único español en el Mundial.

Hasta que llegó Alonso.

Un chico humilde de Oviedo, medio perdido en ese gran mundo.

¿Un compatriota necesitado de ayuda? Rubio no lo dudó. Sin esconder su satisfacción, se olvidó por un tiempo de su faceta de periodista y lo adoptó.

Era él quien explicaba y enseñaba al joven piloto los entresijos y trampas de aquel ambiente. Era él quien transportaba a Alonso arriba y abajo, quien le presentaba a las personas.

Recuerdo la alegría juvenil del viejo periodista cuando Alonso obtuvo su única victoria en la F-3000, en Spa. Y recuerdo haber invitado a un emocionado Rubio a hablar en la radio Bandeirantes cuando Alonso daba la última vuelta el día de su primera victoria en la F-1, en 2003, en Hungría. Y recuerdo cruzarme con el colega en el aeropuerto de Bahrein en 2004: era de madrugada, estreno en ese país de la F-1, y él, receloso de que su amigo se perdiera, estaba allí, en el desembarque, con prontitud.

Y recuerdo a un fastidiado Rubio, en un minibús en Hockenheim, en 2005. Fastidiado, arrasado y triste.

Días antes, había publicado alguna crónica que desagradó a Alonso. Cuando llegó al motor-home de Renault, en vez de al amigo-pupilo-protegido, se encontró a un hostil piloto a punto de conquistar el Mundial. La entonces sensación de la F-1, la novedad que llegaba para desafiar al establishment, se negó a conversar con Rubio. Y lo expulsó del lugar.

Este mismo Alonso dividió al equipo Renault el año pasado, en el GP de Japón. Y ahora, en McLaren, no se habla con su jefe.

Piloto genial, frío y habilidoso, Alonso todavía no ha sido perjudicado por su temperamento. Todavía. Porque la F-1 ya ha dado muestras de saber librarse rápidamente de los estorbos, por más geniales que sean.

¿Ganará este Mundial? Mi apuesta es que sí. ¿Correrá en Renault en 2008? También creo que sí.

Entre una cosa y otra, unas vacaciones en las Islas Canarias o en Cuba, por ejemplo, le irían bien para colocar la cabeza en su sitio. Y salvar el pescuezo.

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