Wednesday, September 05, 2007

Llegar a Brasil no es fácil (una pequeña odisea)

Día 3 de septiembre, 7:00, cafetería de la Terminal A del Aeropuerto de Barcelona. Una vez más, me impaciento oyendo a mis padres hablar sobre cómo adjuntar un archivo a un e-mail. Y sobre la necesidad de hacer otro curso de informática ("esta vez, de verdad"). Ya lo hicieron. Tudo bem, tudo bem. 8:20, Puerta n° 39. Embarque. Alguien grita mi nombre desde dentro del autobús, y una cabecita se asoma por la puerta. Es Ana, amiga mía. En realidad, hija de unos amigos de mis padres. Siempre me cayó bien. Y me recuerda los felices veranos de Dublín. Trabaja para Damm y está yendo a Dresden a entrevistarse con un argentino responsable del departamento de importación-exportación de una marca de cervezas alemana. Yo estoy en la fila 16, ella en la 17. Pero a mi lado no hay nadie y ella se sienta conmigo. Conversamos sobre su trabajo, sobre mí, sobre amigos de ella que hace tiempo que yo no veo. Y, especialmente, sobre su hija, Alba, de cinco meses. Me enseña unas fotos bonitas de Alba en la playa. Al cabo de una hora, yo, maleducado, me duermo (he dormido sólo cuatro horas), y ella coge mi periódico. 10:20, Aeropuerto de Munich. Besos y buenos deseos. Caminamos en sentidos opuestos para coger nuestros siguientes vuelos. Embarque inmediato, tanto el suyo como el mío. Después de las 10:40, interior de un Boeing nosecuantos. Estoy sentado en la parte central, al lado del pasillo. A mi derecha, un señor sueco. ¿Cuándo me voy a sentar al lado de una top model en un vuelo transoceánico? Durante el vuelo. Leo 30 páginas de la nueva novela de Nick Hornby. Recomendación de Oriol. Una historia sobre cuatro jóvenes que se quieren suicidar. El libro me parece de humor adolescente, abandono. Empiezo la novela La suerte de Jim, de Kingsley Amis, también cómica. Esta me gusta, leo hasta la página 100. Escribo una frase (¡una frase!) en mi nuevo Moleskine. Como pollo con verduras y arroz, y pienso que la comida de Lufthansa es mejor que la comida de un restaurante barcelonés de menú. Duermo. Cuando me parece que ya debemos de estar sobrevolando Recife, estamos todavía en las Islas Canarias (por ir hacia el Este, de Barcelona a Munich, he volado cinco horas más de lo habitual). Veo la mitad de Shrek 3. Me aburro y sigo leyendo. Al sobrevolar Salvador, alguien se confunde y canta "O Rio de Janeiro continua lindo". Otra buena comida. A la altura de Poços de Caldas, muy cerca ya de destino, el piloto hace un tirabuzón que queda dibujado en el mapa. Supongo que hay tráfico en São Paulo. Ya sobre la ciudad, el avión se pone a dar vueltas alrededor del puntito grande de la pantalla, acercándose y alejándose, como un pájaro flirteando. 19:00 hora local (24:00 en Barcelona). Aterrizaje en el Aeropuerto Internacional de Guarulhos. Mi maleta no ha llegado. Me encanta esa tendencia de mis maletas a no llegar. Así no tengo que cargarlas y aparecen solitas en casa. 19:30, mostrador de BRA. Voy con retraso, pero me informan de que no es necesario que me salte la cola: el vuelo 1000 a Porto Alegre también está atrasado. Dos horas. Tudo bem, tudo bem. Compro la Folha de São Paulo y una tarjeta telefónica. Llamo a Gabriela y le digo que no sé a qué hora llegaré. Pido un guaraná (lo primero que pido cuando llego a Brasil, sin pensar). Leo el periódico. No hay nada interesante, sólo las tiras cómicas del FolhaTeen. 21:00, zona de embarque. Nadie sabe a qué hora vamos a embarcar. El vuelo 1000 no parece llegar. Una chica dice "BRA nunca mais". 23:30. Despegue. Quedo impresionado viendo São Paulo desde el aire de noche. Una planicie de luces sin final, un microchip pegado a la tierra, un laberinto plano iluminado, tan laberíntico y tan iluminado que llega a ser acogedor y parecer humano. Intento leer, pero me duelen los ojos. Duermo. Mucho más tarde, creo. Me despierta la voz del piloto diciendo "e é por essa causa que estamos voltando ao aeroporto de São Paulo". Creí que íbamos a aterrizar. Estamos a muy poca distancia de Porto Alegre. Carcajadas y exclamaciones generales. Me giro para saber qué causa es esa. Un chico bonito, de cabello corto, sonriente, me dice que es porque el aeropuerto de Porto Alegre está cerrado. "Como assim, fechado?" "Pois é!" Nadie da crédito. La chica sentada delante de mí, rubia, también bonita, inclina la cabeza hacia atrás y me mira con sus ojos lindos y cansados, pensando quién sabe qué. Vuelvo a dormir. Cerca de la 1:00 de la mañana, día 4 de septiembre. Aterrizaje en el Aeropuerto Internacional de Guarulhos. Sensación extraña. El vuelo 1000 despega pero no aterriza. La gente se levanta, coge sus cosas y espera para salir. Yo me quedo sentado, con las piernas estiradas sobre los asientos, la espalda apoyada en la ventanilla. Habla de nuevo el piloto. Nos dice que nos sentemos porque vamos a despegar otra vez. Nadie da crédito. Carcajadas y putaqueparius. La gente se sienta. Habla de nuevo el piloto: cojan sus cosas y bajen. La gente se queda en la cinta esperando sus maletas. Yo no, mi maleta está en Munich. 1:30. Subimos a un autocar. 1:50. Llegamos al Hotel Brixtol. En recepción nos informan de que nos van a despertar a las cinco y el restaurante estará abierto para que podamos desayunar. 2:20. Estoy duchado y en la cama. Buena cama de hotel. No sé a qué hora. Me despierto. Nadie ha llamado a mi habitación. Hace mucho tiempo que ha amanecido. Enciendo el televisor: son las 10 y media. Pienso que se han olvidado de mí. Llamo a recepción. No hay noticias sobre el vuelo 1000, por eso no me han despertado. Me quedo sin desayuno, pasó la hora. 11:00. Bajo al hall duchado y con la camiseta que me puse hace 34 horas. Creo que empiezo a encariñarme de ella. Tomo un café con leche, sin comer (el camarero, un chico muy atento que probablemente es gay, dice que no tiene croissants ni nada por el estilo, pero que el restaurante está a punto de abrir para el almuerzo). En este bar parece que nadie paga: basta con pedir. En el hall hay un grupo de pasajeros del vuelo 1000, con sus maletas, que quiere ir al aeropuerto a "hacer presión". En el hotel no hay nadie de BRA. Una viejita pregunta a un mozo si sabe cuando sale el vuelo. Dice que, si tiene que esperar otras diez horas, prefiere esperar en el hotel. Creo que me quedo con la viejita. Llamo a Gabriela. Gabriela me dice que aproveche y me bañe en la piscina. No he visto ninguna piscina, pero debe de haberla, es un hotel de cinco estrellas. Hojeo la Folha de São Paulo sentado en un sofá del hall. Otro día sin nada de interés. Bush en Irak, los columnistas criticando a Lula. Ni siquiera el artículo de Simão es divertido. En cambio, mi libro sí. 12:30. Almuerzo. Buffet. Buenos postres (plátano caramelizado y pudín). Tomo café en el bar. Escribo. 14:00. Descubro que en el cuarto hay wi-fi. Escribo a Gabriela. Leo un e-mail de mi hermano Oriol con grandes elogios a la película de Quentin Tarantino. Escribe lleno de excitación. No es frecuente ver una buena película. 15:15. Suena el teléfono. Finalmente se ha hecho presente alguien de BRA. La mujer me dice que el autocar nos llevará al aeropuerto a las siete de la tarde y el vuelo está previsto para las 20:40. Para más información, puedo bajar, ella está en el hall. Me quedo en el cuarto, en Internet. 16:00. Descubrimiento de la piscina, en el ático, piso décimo quinto. Demasiado tarde. Además, no tengo bañador. No tengo ropa de ningún tipo. También hay sauna, gimnasio, sala de masajes. 16:10. Voy al cuarto, cojo la cámara y subo de nuevo. Filmo la vista del patio interior desde el piso décimo quinto, para mi padre, que tiene vértigo. Perfecto para los suicidas del libro de Oriol. 16:30. Escribo. La conexión a Internet está fallando. Me siento bien leyendo y escribiendo. Ayer conversé con algunas personas, pero hoy no me apetece, ando pegado a mi libro para no ser interpelado. Esos tíos son capaces de invitarme a su mesa. 18:00. Cena. Macarrones con salsa de queso y ensalada, no quiero nada más, almorcé hace poco. El camarero gay sigue siendo atento. El mâitre, también muy atento, se interesa por mí y por Gabriela. Le cuento nuestra historia. "Que ótimo!", dice. Me gusta este hotel. 19:00. Autocar. 20:30. Check-in tras una hora de cola. Es probable que el vuelo no salga a la hora prevista, dice el chico del mostrador. Alrededor de las 21:00. Voy a comprarme una camiseta y casi pierdo el avión. Tengo miedo de que me abucheen. 21:20. Despegue. Estoy mal situado, no puedo filmar la ciudad iluminada. Me cambio de camiseta en el baño. Leo. Como un sándwich de jamón. 23:00. Aterrizaje del vuelo 1000 en Porto Alegre (46 horas después de desayunar en Barcelona con mis padres). No tengo que recoger ninguna maleta. Beso a esa chica linda que agita los brazos.

9 comments:

Roger said...

PS: Mi maleta llegó antes que yo.

Tineta said...

Collons, tio! Fins i tot amb la REnfe hi hauries arribat abans!

Roger said...

cristinaaaaaaaaa!!!!

tens un blog i nol puc veuraaaaaaaaa!!!!!!!

Anonymous said...

Rarará /Jajaja/

O Roger foi extraviado, não a mala!!
Rarará
Que mala!!!

Anonymous said...

la próxima, no dejes tu maleta sola... ella sabe el camino de la luz...



o sea, ya que no me vas a entender: ella sabe el camino que tiene que seguir. Y llega pronto.

Anonymous said...

y que la fuerza esté con vos.
(no soy adicta a star wars, fue algo del momento)

Anonymous said...

Ben escrit, sí senyor. Continuï així, jove. Deu ser veritat que els viatges reviscolen el talent.

Una abraçada ben forta!

Roger said...

Gràcies mestre! :)

Em passa poques vegades... ha estat un accident... :o)

Roger said...

... una abraçada!!!