Wednesday, November 07, 2007

Traduccions de Brasil 37 (parte de la poesía Os três mal-amados, de João Cabral de Melo Neto)

El amor comió mi nombre, mi identidad, mi retrato. El amor comió mi certificado de nacimiento, mi genealogía, mi dirección. El amor comió mis tarjetas de visita. El amor vino y comió todos los papeles en que yo había escrito mi nombre.

El amor comió mis ropas, mis pañuelos, mis camisas. El amor comió metros y metros de corbatas. El amor comió la medida de mis trajes, el número de mis zapatos, el tamaño de mis sombreros. El amor comió mi altura, mi peso, el color de mis ojos y de mis cabellos.

El amor comió mis remedios, mis recetas médicas, mis dietas. Comió mis aspirinas, mis resonancias magnéticas, mis rayos x. Comió mis tests mentales, mis exámenes de orina.

El amor comió en la estantería todos mis libros de poesía. Comió en mis libros de prosa las citas en verso. Comió en el diccionario las palabras que podrían juntarse en versos.

Hambriento, el amor devoró los utensilios de mi uso: peine, navaja, cepillos, tijeras de uñas. Todavía hambriento, el amor devoró el uso de mis utensilios, mis baños fríos, la ópera cantada en la ducha, el pequeño calentador de gas que parecía una fábrica.

El amor comió las frutas puestas sobre la mesa. Bebió el agua de los vasos y de las cisternas. Comió el pan escondido a propósito. Bebió las lágrimas de los ojos que, nadie lo sabía, estaban llenos de agua.

El amor volvió para comer los papeles en que irreflexivamente yo volví a escribir mi nombre.

El amor royó mi infancia, los dedos sucios de tinta, cabellos cayendo sobre los ojos, botas nunca embetunadas. El amor royó al niño esquivo, siempre en los rincones, y que rayaba los libros, mordía el lápiz, andaba por la calle chutando piedras. Royó las conversaciones, al lado de la bomba de gasolina de la plaza, con los primos que lo sabían todo sobre los pájaros, sobre una mujer, sobre marcas de automóvil.

El amor comió mi Estado y mi ciudad. Drenó el agua muerta de los manglares, abolió la marea. Comió los manglares rizados y de hojas duras, comió el verde ácido de las plantas de caña que cubrían los cerros regulares, cortados por las barreras, por el trencito negro, por las chimeneas. Comió el olor de caña cortada y el olor de mar. Comió hasta las cosas que me desesperaban por no poder hablar de ellas en verso.

El amor comió hasta los días todavía no anunciados en las hojas de calendario. Comió los minutos de adelanto de mi reloj, los años que las líneas de mi mano aseguraban. Comió al futuro gran atleta, al futuro gran poeta. Comió los futuros viajes alrededor de la tierra, las futuras estanterías alrededor de la sala.

El amor comió mi paz y mi guerra. Mi día y mi noche. Mi invierno y mi verano. Comió mi silencio, mi dolor de cabeza, mi miedo de la muerte.

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