Thursday, March 13, 2008

Da Folha para vocês 5 (É prohibido viajar, de Contardo Calligaris)

[Leí una vez en un blog que alguien se preguntaba: "Y en vez de suscribirme a la Folha... ¿no podría suscribirme solamente a Calligaris?". Yo no consigo dejar de leer el periódico, o periódicos, cada día, pero es cierto que el jueves es el día en que sé que comprar la Folha valdrá la pena, porque es el día del artículo de Calligaris, que siempre es bueno y a veces es un regalo. Gracias a él he leído buenos libros (Falling Man), he visto películas que de algún modo me han marcado (Little Children), o he revisado o intentado cambiar alguna de mis actitudes. Lo que Calligaris escribió en un artículo sobre viajes (como el de hoy), por ejemplo, acompañó a Gabriela cuando se fue al Canadá; y otro artículo suyo hizo temblar a mi hermano Oriol, inseguro de lo que estaba haciendo con su vida profesional.]


En el episodio de los jóvenes investigadores brasileños a los que se prohibió la entrada en Madrid, las autoridades españolas actuaron como si el cónsul general de Brasil se inventara historias para facilitar el tránsito de inmigrantes ilegales. Esa falta de respeto justifica las represalias brasileñas.

Pero cada día las fronteras del mundo (no sólo del primero) se cierran para alguien que intenta viajar, sobre todo si es joven, soltero y sin la apariencia de "tener una vida hecha".

Al cruzar una frontera, el pasaporte prueba que estamos en paz con la Justicia de nuestro país. Las otras naciones deben decidir si somos huéspedes deseables. En las últimas décadas, las "condiciones" para ser deseable se han multiplicado. Hoy, en el caso de España: 1) 70 euros por día de permanencia; 2) pasaje de vuelta; 3) reserva de hotel, ya pagado; 4) para quien se hospeda con parientes, formulario rellenado por los mismos; 5) quien se desplaza para trabajar debe disponer de un contrato firmado. Normas muy parecidas valen en la mayoría de países.

El escándalo es que esas condiciones pueden parecernos "aceptables". A fin de cuentas, cualquier Estado quiere proteger el empleo de sus ciudadanos impidiendo la llegada de inmigrantes no autorizados, ¿no es así?

Si es así, Michel Foucault es realmente el pensador para nuestros tiempos: el sistema social y productivo dominante ordena nuestras vidas furtivamente, convenciéndonos de que no hay opresión, sino sólo necesidades "racionales". Si encontramos esas normas "aceptables", es porque ya hemos adoptado la idea de que, en nuestro mundo, sólo es legítimo tener residencia fija y profesión estable.

Las personas con residencia fija pueden, cuando disponen de los medios necesarios, adquirir un billete de ida y vuelta y salir de su hogar siguiendo un programa preestablecido -es decir, pueden ser, ocasionalmente, turistas.

Escarnio: se prefiere que los turistas sean burros, que paguen por adelantado. ¿Hay una posada mejor que la que habían previsto? ¿Quieren acortar su viaje? Qué pena, ya pagaron. Pero eso es lo de menos.

Lo que importa es lo siguiente. La modernidad, que empezó con la circulación (libre o forzada) de todos los agentes económicos, acaba pariendo ni más ni menos que la prohibición del viaje. ¿Cómo?

Pues sí, viajar no tiene nada que ver con pasar vacaciones en un resort o con ser transportado de ciudad en ciudad para que los cicerones nos muestren las cosas "memorables".

Para empezar, viajar es usar un billete sólo de ida.

-¿Cuánto tiempo va a quedarse?
-No tengo ni idea. ¿Un día? ¿Tres meses? ¿Un año?
-¿Y adónde va?
-No sé. Tal vez me quede en alguna playa, alquile un cuarto en una casa de pescadores y me pase días comiendo cangrejos con los pies en la arena. Tal vez, en el avión o por las calles de Barcelona, me enamore de una holandesa, un ruso o una argelina y les siga hasta su país, por una semana o un mes. Y si la pasión dura, me quede por ahí.
-¿Y el dinero?
-No lo sé, amigo. Toco la guitarra, puedo ganar algo tocando en una esquina o en el metro. También puedo lavar platos, ayudar en la cosecha, cortar leña, lavar coches y vender pullovers. Y si la cosa se pone difícil, tengo las direcciones de parientes y conocidos que ni saben que estoy viajando, pero que no me negarán una sopa o un baño caliente. Además, en París, cuando cierra el mercado de la rue Saint Antoine, sobran en la acera las frutas y verduras no vendidas durante el día; en São Paulo, Londres y Nueva York, conozco docenas de iglesias que ofrecen pan con mantequilla; en Varanasi, al mediodía, distribuyen arroz con curry y carne a los peregrinos.

Cien años después de la invención del pasaporte con fotografía, llegamos a esto: una orden que sólo permite moverse para consumir vacaciones o para reubicarse según los imperativos de la producción.

Las normas que cierran el paso al viajante expresan nuestra propia miseria colectiva: perdemos de golpe el sentimiento de que la vida es una aventura. Preferimos la vida hecha a la vida por hacer.

Para quien quiera leer sobre la historia de la documentación de viaje, una sugerencia: "Invention of the Passport: Surveillance, Citizenship and the State" (invención del pasaporte: vigilancia, ciudadanía y el Estado), de Torpey, Chanuk y Arup (Cambridge University Press).

Para quien quiera viajar, otra sugerencia: la mentira, en un mundo opresivo, es una forma aceptable de resistencia.

4 comments:

Anonymous said...

pues me encantó esta cronica de Calligaris. yo no lo leo siempre, pero siempre que lo hago, me gusta.
está muy bien para refletir... y estoy de acuerdo con sus palabras.
-Maritrini-

Roger said...

Mmmm. Reflexionar. ¿Seguro que vos sos argentina?

Anonymous said...

hace tiempo que estoy en Brasil y empiezo a olvidar la legua que una vez fue mi primera....
disculpa.

Roger said...

Bueno, pues no tenés que disculparte, porteña exiliada!