Thursday, April 19, 2007

Da Folha para vocês 3 (Somos culpados, mas de quê?, de Contardo Calligaris)

Many people I know may understand this very well. (And who may not?)

(Contardo Calligaris sigue empeñado en la titánica tarea de salvar al mundo de la frustración.)

(...)

El problema, como Freud constató, es que la gente se culpa más de lo necesario: vemos crímenes donde no los hay, consideramos que nuestras vagas intenciones y nuestros sueños nocturnos ya son delitos y nos castigamos para aliviar los tormentos de nuestra culpa. Sea como sea, hasta los años 60, el sentimiento de culpa -necesario o patológico y excesivo- parecía ser sólo esto: el arrepentimiento por no haber respetado una norma o autoridad.

En su seminario (un poco críptico) de 1959-60 ("La ética del psicoanálisis"), Lacan propuso algo diferente: la culpa más relevante e intensa surgiría no por haber desobedecido una norma, sino por haber descuidado nuestro propio deseo, por haber desistido de actuar como queríamos. Podemos arrepentirnos de nuestras transgresiones, pero lamentamos más amargamente las ocasiones perdidas.

(...)

Pues bien, el año pasado, Ran Kivetz y Anat Keinan publicaron una investigación que confirma experimentalmente la intuición de Lacan: "Repenting Hyperopia: an Analysis of Self-Control Regrets". En tres protocolos de investigación, Kivetz y Keinan confirmaron lo siguiente:

1) todos condenamos las decisiones que sólo se fijan en el placer inmediato sin tener en cuenta las consecuencias futuras (desde comer la segunda ración de torta o gastar el dinero que no tenemos hasta cometer un pecado por el cual responderemos en las puertas del purgatorio);

2) pero esa condena es fugitiva, efímera: a largo plazo (al cabo de un año, por ejemplo), considerando la decisión que nos pareció sabia (no comer la segunda ración de torta, no gastar, no pecar), lo que prevalece es el arrepentimiento por haber perdido una ocasión, por no haber actuado según nuestro impulso o deseo.

Según la metáfora óptica usada por Kivetz y Keinan, sabemos que nuestros impulsos son miopes (sólo ven la satisfacción del momento) y nos parece correcto actuar como hipermétropes (lo que, en general, significa dejar de actuar, focalizando y recelando de las consecuencias lejanas de nuestros actos); a corto plazo, nos felicitamos por haber pensado en el futuro, mientras, a largo plazo, lamentamos haber sido hipermétropes y desperdiciado satisfacciones que estaban a nuestro alcance inmediato.

Kivetz y Kenan sugieren una explicación: a largo plazo, los actos pasados son integrados en una especie de balance de nuestra vida, balance en que debemos decidir si la aventura estuvo bien, si valió la pena. En este balance, el lamento por las cosas que queríamos y no nos atrevimos a hacer pesaría más que el mérito de las "sabias" decisiones que comandaron nuestras renuncias.

De cualquier forma, el hecho es que el arrepentimiento por no haber escuchado el deseo parece hablar más alto y durante más tiempo que el arrepentimiento por haber osado transgredir.

Sería aventurado concluir que, para no arrepentirse en el futuro, deberíamos hacer realidad cualquier deseo. Pero queda una sospecha, o mejor, una lección: frecuentemente, las razones que mantienen nuestro comportamiento dentro de los padrones esperados (obediencia al orden social, a nuestros padres, a la tradición, etc.) son apenas racionalizaciones de una cobardía de la que nos arrepentiremos un día.

Para entender plenamente el alcance de la investigación, olvidémonos de la segunda ración de torta, los gastos y los pequeños pecados (ejemplos triviales usados en el experimento) y pensemos en las decisiones cruciales de nuestras vidas: un cambio de carrera al que hemos renunciado para no decepcionar o preocupar a las personas más próximas, una pasión amorosa que hemos silenciada porque habría encontrado la desaprobación de las mismas. Pues bien, a largo plazo, esas renuncias duelen más de lo que dolería la culpa por haber transgredido normas y expectativas, siguiendo nuestro deseo.

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